Aquí y ahora, en la voz pura de Pasión Vega, resucita Federico. Sus palabras y la belleza de sus poemas, estarán encarnados en cada función por un actor de raza.
García Lorca vive más allá de las voces de muerte y del amor oscuro; resucita en los sonidos negros que llevan de Manuel Torre a Camarón, o en la aurora de Nueva York, cuando Leonard Cohen y Enrique Morente bailan un vals en Viena y lo tomamos al sur, como un bebedizo a compás, que atraviesa continentes e idiomas.
Sólo el silencio, eso dicen en África, produce un gran ruido. El resto es la música, ese milagro que ojalá amanse a las fieras de la guerra, esa banda sonora que fabrica teselas de memoria para el gran mosaico de la vida. García Lorca revive en el ritmo húmedo del agua de La Alhambra, en las nanas y canciones de la vega granadina que traían las dulces criadas a su casa familiar, en las partituras que de joven interpretara al piano en la Baeza de Antonio Machado, en el cante jondo de Manuel de Falla, con Manolo Caracol en pantaloncitos cortos, en el son de Santiago mientras arden las páginas de un libro, en las calles de Cádiz y de la Argentinita, cuando doblan las campanas por Ignacio Sánchez Mejías, a las cinco en punto de la tarde de todos los tiempos.
Aquel que quiso ser músico y quiso ser pintor, llena su palabra de compás y de luces: “Hay que ser todo cantos, todo luz y bondad”, recomendaba el poeta.